“De repente asomó una aleta dorsal negra; a continuación un chorro de agua muy pulverizada y posteriormente la aleta caudal plana. En el barco apenas íbamos quince personas. Posteriormente apareció un mamífero de cerca de 7 toneladas de peso, de color negro con motas blancas muy grandes. Majestuosamente se elevó en el aire para caer con estrépito, levantando montañas de espuma. Una orca apareció y enseguida otra y otra, y dos más al sudeste del barco y una más pequeña por la popa. Un espectáculo. Como si una de ellas hubiese dado la orden, se colocaron todas juntas, sumergiéndose para volver a asomar, primero la aleta dorsal, emitir el chorro de agua pulverizada, la aleta caudal plana elevada hacia el cielo para hundirse en un mar oscuro. Segundos más tarde volvían a aparecer de cuerpo entero, y volvía el ritual de elevarse y volver a caer”
Para comenzar bien una actividad es necesario tener una serie de necesidades primarias cubiertas. Por ello, el 19 de julio, aniversario de Gianna y de mi hijo Hugo, antes de embarcarnos en Port Townsend, al norte de Seattle, para visitar la Isla de San Juan y avistar las ballenas, decidimos comer algo. Encontramos un restaurante con cierto estilo antiguo llamado “Public House Grill”. A pesar de estas en zona costera sorprendentemente no había restaurantes marineros donde poder degustar un buen pescado. Carne para mis compañeros y una sopa casera de buey para mí. Estaba todo realmente exquisito. Para beber pedimos cerveza local tostada que me recordó aquella “Saint Charles” que probamos en Denver.